Investigación y divulgación del patrimonio cultural en Medellín.

Robledo, Nuestro Sereno Barrio

Artículo sobre el barrio Robledo, Medellín - Colombia, en el marco del proyecto "Robledo, pequeñas memorias" Vigías Del Patrimonio 2009

Este artículo hace parte del libro Robledo Nuestro sereno barrio “Breve historia de uno de los más caracterizados barrios de Medellín” escrito en 1986 por Román Castaño Ochoa

Llegamos a robledo en diciembre de 1947, nuestros ojos de niños pueblerinos se deslumbraron con las luces de la gran ciudad divisadas desde lo alto. El barrio era uno de los más alejados y aislados de la ciudad. 

No había farmacia, los rieles del tranvía ya habían sido levantados, los voceadores de periódicos no llegaban y no había heladerías. Con la modorra de mediodía oíamos la salmodia de Martinete atraves de “La media hora del pueblo”, un radio periódico…Tin tan… sonaba la campanita característica que indicaba el paso de un tema a otro o a una propaganda… “Pomada Peña embellece la piel”…Tin tan… “Compre acciones Procinal, la empresa que hace cine nacional” 

La empinada calle principal, simétricamente empedrada, no tenia que soportar casi ningún transito de vehículos; uno que otro taxi se veía de vez en cuando, pero era solo el que pedía por teléfono doña Aura Posada de Sierra – señora rica de la época- nos dejaba boquiabiertos. 

La finca “La Manresa” situada en el corazón mismo de Robledo, pertenecía a “Mr. Collins”, pero la muchachada de la época la disfrutaba como propia, allí colgamos de un alto árbol, el columpio más largo que tenía el mundo; rodábamos en carros de madera por la rampa de acceso y los arboles frutales tuvieron nuestra constante visita. 

En verano íbamos a las cristalinas aguas de la quebrada “La Corcobada” donde había un charco que llamábamos “All American” porque cerca funcionaba una empresa internacional de comunicaciones que se llamaba “All American Cables”. 

Así era Robledo hace muchos años, disfrutábamos de un ambiente bucólico, el cual muy poca gente puede recordar hoy. 

Ahora el empedrado de la calle fue reemplazado por asfalto, la ciudad no se divisa como antes, y la intensidad el transito es igual a la de cualquier calle céntrica. Nos violaron la tranquilidad, pero es el precio del progreso. No podemos culpar a Martinete por no haber detenido el tiempo en aquella serena época.